El número de ministros y de altos cargos (tanto civiles como militares) de España y de Francia que a partir de la reapertura de la frontera entre los dos países, en febrero del 48, realizan estancias de formación universitaria o equivalente – en el caso de los militares – no cesa de aumentar desde entonces. Estos viajes de una duración, que se prolonga de unas semanas a uno o dos años (en los casos extremos), conciernen a toda una gama de especialistas cuya composición universitaria va evolucionando tanto en función de los cambios políticos, como de la imagen que el país amfitrión tiene entre las elites en formación. Francia aparece así, para buena parte de los miembros de la elite franquista, como un país ideológicamente y moralmente peligroso, pero científicamente atractivo, mientras que al contrario España es percibido como un destino sin gran interés científico por los franceses, pero que despierta la curiosidad intelectual y literaria (en sentido amplio). Estos tópicos van esfumándose conforme aumenta el volumen de los intercambios, aunque sin dejar de existir totalmente.