En su famosa novela de ciencia ficción, Solaris, publicada en 1961, el escritor polaco Stalnislaw Lem desarrolla la figura de un planeta animado, Solaris. Este relato de ficción recuerda evidentemente a la figura de Gaia, divinización de Tierra en la mitología griega. Gaia, como es bien sabido, es una divinidad primigenia y auto-concebida : emerge sola, del Chaos. La tradición griega, desde la Teogonía de Hesíodo, dota a Gaia de vida, de razón y de intención, en una palabra : de personalidad. Experimenta deseos sexuales (hacia Urano), manifiesta sentimientos maternales al sufrir por la “muerte” de sus hijos a manos de su propio padre. La complejidad de las figuras actoriales personificadas de Gaia, como de Solaris, problematizan la relación entre mito y personaje. ¿Cómo categorizarlos? ¿Como mythologismes (Fontanier, 1977) o como “prosopomitos” (Losada Goya, 2017)? Además, Solaris es un relato post-moderno que actualiza el mito de Gaia, intentando darle una explicación “paracientífica” (en este caso, la “solarística”). Así pues, la novela de Lem renueva las “preguntas sempiternas” mencionadas en el argumentario del congreso : el origen de la vida y la causa de la muerte. Particularmente, en Solaris, Lem cuestiona sobre lo qué es la vida y las distintas formas que puede tomar, sobre el carácter animado de “objetos” considerados, normalmente, como inanimados, como los planetas. Estas preguntas llevan a otras, pertinentes en nuestro contexto contemporáneo : si los planetas están “vivos”, entonces pueden “enfermarse” o hasta “morir” ; o si los planetas son atacados por los seres que en ellos viven, pueden los planetas contra-atacar a sus “habitantes”? La pregunta tiene toda su actualidad puesto que, en razón del Covid-19, se han visto en los medios digitales la (re)aparición de frases doxáticas que interpretan la pandemia como una repuesta de la (“madre”)Tierra a los ataques contra el medioambiente. Estas respuestas esporádicas en la opinión común, tan reiteradas y extendidas, nos hacen pensar que el mito de Gaia (y de Solaris) sigue vivo y que en medio de la crisis ambiental actual, empieza a resurgir de nuestro substrato cultural. La novela de Lem (1961) y su adaptación al cine en 1978, han de haber inspirado, sin duda alguna, la famosa hipótesis biogeológica del ingeniero inglés James Lovelock llamada “hipótesis de Gaia” (enunciada en 1972, la primera obra fue publicada en 1979). En este trabajo científico, James Lovelock (y su ayudante, la eminente bióloga norteamericana Lynn Margulis) plantean que el planeta es un “sistema capaz de autorregularse en beneficio de la conservación de la vida que en él habita” (Lovelock et al., 1997). Lovelock enuncia incluso la necesidad de concebir una nueva ciencia para estudiar la Tierra : la geofisiología (lo que se asemeja a la idea de la “solarística” propuesta en la novela de Lem) (Lovelock, 2001). Debate, que si fue mal recibido en sus momento por la comunidad académica (en razón de su nombre mitológico), cobra cada día más relevancia científica. Nuestro trabajo intenta explorar entonces, , aquellos “resurgimientos míticos” en nuestra época contemporánea, planteados por Gilbert Durand (2002). De manera precisa, intentamos con esta propuesta ver como la famosa novela Solaris, se muestra como una actualización postmoderna del mito de Gaia y a su vez como esta novela inspira a la ciencia misma para intentar entender los fenómenos planetarios contemporáneos en la crisis ambiental actual y ante la cual no tenemos todavía ni una solución clara, ni sabemos a “ciencia cierta” como va a presentarse. En el fondo, nuestro trabajo se pregunta : ¿Cómo, a través de la ciencia ficción, el mito vuelve a ser un interpretante privilegiado de nuestra sociedad contemporánea (es decir, una “manera de interpretar” en la semiótica de C.S. Peirce) para exclarecer las dudas (científicas políticas, y metafísicas) que planeta la crisis ambiental actual ? Comentarios : el mito de Gaia y sus (re)interpretaciones contemporáneas son el centro de nuestra tesis doctoral en curso (dirigida por el profesor Pierluigi Basso Fossali, en la universidad Lumière Lyon 2 de Lyon, Francia.